abril 22, 2008

Historia de la mujer que soltó sus miedos y soltó su risa

Ella creía que esa vida le había tocado vivir. Llegó a pensar que no merecía recibir cariño, alguna pena estaría purgando. En realidad eso se lo hicieron creer. La indiferencia y las palabras frías eran utilizadas por él cuidadosamente como un condicionamiento animal. Si te portas bien, te doy el premio. Si haces lo que yo quiero, cuando yo quiero, tendrás tu recompensa. Y él lo cumplía al pie de la letra.

Ella realmente lo quería, podría decir que creía en él, creía que lo que él hacía lo hacía por el bien de ella. No consideraba que la forma en la que él la disciplinaba (yo usaría la palabra entrenarla, porque es lo que hacía) fuera para manipularla pues le decía lo que los manipuladores suelen decir luego del castigo, que la amaba, que no podía vivir sin ella, pero que ella con sus acciones no demostraba lo mismo.

Ella tenía sentimientos sinceros hacia él, incluso llegó a decir que era el amor de su vida. Hablaron de casarse, soñaron con cómo serían sus vidas. Él le prometió que estarían juntos.

Un día ella descubrió el juego mental al cual estaba sujeta, el mismo al que ya no estaría dispuesta a formar parte. Se dio cuenta de que sufría, pero pensó que ese amor era lo único que tenía. ¿Qué haría sin él? ¿Qué sería de ella? La duda entonces fue más fuerte que ella misma. Se debatía entre sus sentimientos y su dolor, sabía que era manipulada y que la relación no era de dos, sino que era controlada por él, a su antojo.

Luego de meses de tanto llorar y de callar (porque no quería que la gente pensara mal de él, en el fondo era una buena persona y la amaba a su manera) decidió pedir consejo. Concluyó que debía salir huyendo de ahí. Sus miedos eran el contrapeso ideal para inclinar la balanza del lado opuesto a su convencimiento de que debía dejarlo.

Cuando entendió que el amor es una carrera en la que la pareja compite por dar más al otr@, comprendió que lo suyo era echar agua en un jarrón agrietado: no podría beber del agua que derramaba incansablemente en él para así saciar su sed. Desde aquél día soltó sus miedos y también soltó la risa, soltó el que creía que era su tesoro para salvar la vida en aquél naufragio que hoy recuerda, que recuerda a la distancia. ¿Qué habría sido de ella de no soltar ese pesado cofre que, en realidad, no tenía más que una moneda de una sola cara?

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