Los políticos en México se convirtieron en el símbolo de lo peor que alguien pudiera representar, la conveniencia, la ambición, la mentira, la hipocresía.
Pero a pesar de todo, el mexicano promedio continúa siendo seducido por los caudillos, los salvadores, los que prometen que cambiarán todo. Finalmente, el político endulza los oídos de sus audiencias, pero no piensan nada más que en ellos. Para nuestra desgracia, el cinismo del político ha permeado en las entrañas de la sociedad misma.
En México, el mismo que acusa a los corruptos en el Gobierno y en la policía no respeta el semáforo en rojo cuando conduce; quien dice no tolerar a los políticos por hipócritas sustrae recursos de su oficina; quien trina en contra de los que hacen marchas estaciona su automóvil en un cruce peatonal; quien señala la corrupción de las autoridades engaña al fisco para pagar menos; quien repudia las pintas en las calles discrimina a la gente por cómo viste, cómo habla o cuánto dinero tiene; quien pide condiciones de igualdad se estaciona en lugares reservados para los discapacitados sin serlo.
Es la simulación. Defiendo ideales pero mi incapacidad de ser íntegro es más evidente. O como dicen, tus acciones gritan lo que tus ideas apenas murmuran. El que pide fidelidad no la puede dar, el que pide honestidad oculta sus vicios, el que pide entrega vive con reservas, el que pide amor da indiferencia.
Integridad y congruencia. ¿Es mucho pedir? En el trabajo, en la calle, en las relaciones, la simulación carcome nuestra sociedad por dentro: hacemos que somos sin serlo.
octubre 28, 2008
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